26 de abril de 2008

Per les terres de Diània (I)


Zarpamos. Naranjales y montañas, ávidas
de ser exploradas. Villalonga



El símbolo de la comarca: Circ de la Safor


Surtidor de agua, brotando
desde el corazón de la sierra


Valles encajonados, agua y gente con suerte


Assut del Serpis. Cinco meses desde la última
lluvia. ¿Alguien dijo algo de sequía?


Colores, olores y belleza. Naturaleza
total

El esqueleto polvoriento de un templo de
sufrimientos. En segundo plano, el
Castell de Perputxent

Ocaso entre olivares


El Sol abre el día, a los pies del Castell de Perputxent

21 de abril de 2008

La locuacidad del silencio



En el budismo hay una desconfianza imperecedera hacia las palabras. Se las entiende como simples convenciones lingüísticas que carecen de toda realidad. Pero no sólo aquellas pronunciadas por nosotros; las que dijo el mismo Buda, si es que lo hizo (porque muchas son aún las incógnitas acerca de su legado y su forma de transmitirlo), deben comprenderse únicamente como revelación provisional, palabras vacías y falsas incluso, en último termino. Un tal Devadatta lo concisa así: "Si todos los dharmas [cosas, en este contexto] son mentira, sin localización ni dirección, todas las palabras son en verdad la última verdad". Verdad y falsedad, pues, son una sola cosa en realidad; las palabras no pueden distinguir entre ellas.

El problema es suponer que las palabras, los pensamientos por ellas expresados, y los conceptos que estructuran el pensamiento poseen una realidad propia, una independencia respecto a nosotros. Esto lleva al apego por las palabras y su resultado es la confusión, por creer que reflejan la realidad cuando en realidad, "cualquier cosa que se diga dice algo sólo porque no dice nada". Toda palabra es vacuidad, vacío. Son tanto verdad como falsedad. Somos sus esclavos, pero si las abandonamos seguiremos siéndolo.

No podemos huir de ellas, pero sí limitar su expansión inútil empleándolas eficazmente. Y, a la vez, abrazar ese amigo maltratado llamado silencio, del que escapamos, cobardes, a diario. Sólo llega a uno a saber lo que es vivir cuando las palabras justas y el silencio profundo cohabitan dentro de nosotros.

13 de abril de 2008

La Aventura; luces y sombras



El Anhelo: salir de un mundo y entrar en otro. Salir y entrar en ti mismo. Descubrir, explorar, abarcar, percibir y sentir. Formar parte de lo que no es la realidad y olvidar ésta, porque es falsa. Huir de las palabras y de quienes son por ellas.

El Recorrido: liso y áspero, seco y chorreante, descansado y agotador. Ora corto y liviano, ora interminable y fastidioso.

El Cuerpo: acaba magullado pero curtido, abrasado por sus límites y sediento. Implora por unas gotas de agua, rezando por fuentes imaginarias. Igual calmado que excitado, indispuesto pero decidido a todo.

La mente: deseosa y frustrada, encorsetada por lo uno y liberada por lo otro. Agresiva e ingenua, permisiva e intolerante.

La meta: idealizada desde la distancia, en verdad no la había, o todo era una meta por sí mismo. ¿Había entre nosotros una competición, una carrera, también? Siempre tras la mejor idea, el mejor pensamiento, las palabras más grandilocuentes, con el afán de ser el mejor, y demostrarlo. Discusión, rabia, furia, a veces con razón, otras imputando cargos inventados.

El Fin: llegó el final, y se le deseó. La necrológica estaba ya en la lápida; "el viajante muere cuando quiere regresar al lugar del que partió". Nada (o todo) transcurrió según lo esperado: ni el trayecto, ni la aventura, ni el aliado, ni uno mismo. Así debe ser toda verdadera andanza por el mundo, es cierto. Partimos en la seguridad, avanzamos con tiento, temerosos, y a la postre nos extraviamos, completamente. Voilà, eso es vivir la aventura. Así se forjan las hazañas, sencillas e individuales, de los trotamundos, cuyo sino es el camino a los pies y esa gavota de astros sobre suyo. El clan de los andariegos con petate al hombro y sandalias de goma, que observan los kilómetros para gozar a cada paso. Solitarios montaraces del sendero, que maman los fluidos que el mundo expele.

¿Alguien quiere una crónica del viaje? Sencillo. Coged un saco de dormir, unas almendras y partid. Estad allí; sed allí. Y, a vuestra vuelta, tratad de narrar con palabras vuestras vivencias, si podéis. A cada noche, dormir junto a la tierra, rozando su aroma y humedad. A cada día, marchar sobre ella, estimándola. Rocas, hierbas, árboles, montes, cielos y espíritus. Jamás nadie pudo describir todo ello como merece, pues el discurso humano no alcanza a representarlo. Se halla más allá de toda palabra, lengua o imagen.

Uno ve, mientras está allí, cómo palpita la vida en la Tierra, y cómo se aviva ésta también en ti. Que el viaje apenas ha comenzado, y que cada día se inicia otro nuevo, siempre a la espera de ser saciado. Vivir es viajar, viajar es vivir.