28 de abril de 2011

Prosigue la aventura... (solo, extraviado y feliz)



Sólo unas pocas líneas, tras un mes a lomos de mi caracol andariego, para dejar constancia de que al fin lo hice (es innecesario decir por qué). Lo hice, sí, pese a mis reticencias, esos recelos a abandonar el nido que tan bien te trata, que tanto ampara y protege, y salir a la carretera desprovisto de cualquier seguridad, excepto la que anida dentro de ti mismo. El cariño lo ofrece la tierra que te rodea; la confianza surge de las estrellas que se abren en abanico sobre tu cabeza; y sólo el corazón (y la billetera, no olvidarlo...) decidirán el regreso.

No pude dar cuenta del inicio de esta etapa viajera, subido en mi santuario rodante, a causa de un desafortunado incidente relacionado con el suministro de Internet. Me tocaron las pelotas con saña, se quedaron bien a gusto, y a mí me dejaron sin poder saborear muchos de los detalles que esta aventura autocaravanera podía ofrecerme. Les debo una, claro está, porque no fue justo (yo sé de qué me hablo...). Esto merece una pequeña revancha... o una fría venganza. En todo caso, ya urdiré algo para compensar.

Pero no importa. Lo que cuenta son estos paisajes, estas carreteras infinitas, las ermitas en lo alto de la nada, las ciudades encantadoras y llenas de gracia, sus templos solemnes (aunque hayan "turistizado" todo, hasta las catedrales, hasta los horarios de las iglesias, hasta el paseo por las calles, parece que todo ser extranjero que camina debe pagar entradas, comprar tickets, y residir en hoteles...), los pueblos y sus gentes, las muchachas que se sientan en un parque a la luz crepuscular a escribir en sus diarios y te miran, o te sonríen; las caminatas a través de los senderos, los ortos y ocasos, que señalan la actividad diaria, y el cielo, con esos gruesos nubarrones de tormenta, los cirros lacónicos o las brumas matinales...

He pasado un mes inenarrable, acompañado por el hermano de armas, el que siempre está, el que siempre dice sí. Ahora él se ha ido, y yo quedo solo (es decir, muy bien acompañado: yo, mi santuario móvil y preciado [casi una persona, una hija, un ser que merece cuidado y atención y al que venerar por todo lo que me está dando...], y todo el mundo a mi alrededor). Estaré no sé cuánto tiempo: quizá una semana o dos; puede que un mes, o hasta que el verano llegue. Depende de "ella", de mí, y de lo que venga a partir de ahora.

Veo claro que se trata de ir tanteando el terreno, ir, no buscando, sino palpando la tierra, oteándola. No hay nada que encontrar (todo está ya en ti); lo que venga, lo que el cosmos brinde, es lo que vivirás. Pero no anheles demasiado; sólo deja que el camino avance, a ver qué surge. Poco a poco aprendes a dejarte llevar, a no aguardar una sorpresa en forma de pueblo, un bello campo abierto o una torre románica. La carretera dicta todo lo existente; tú sólo vas de aquí para allá, movido por las olas del asfalto y guiado por el recorrido solar.

Ignoro cuando será la próxima vez que deje unas palabras por aquí. A mi vuelta abriré tal vez un blog hermano, parido de éste y que contendrá su esencia, sólo que en vez de narrar andanzas, pesares y dichas ancladas en el terruño de mi patria chica, describirá estos devaneos aventureros e irrepetibles(un lujo nacido de la humildad, un éxtasis continuo, agotador y renovador) por las sendas de la Hispania que tanto desconozco.

Ahora saldré de esta biblioteca de Salamanca, cobijada en el interior de la Casa de las Conchas (por cierto, maldita mi suerte... aún no he podido hallar mi bienamada "Casa de los Gatos"...), atravesaré el puente romano que salva el bravo río Tormes, me dirigiré hacia mi antigua y apreciada caracola, me prepararé un buen caldo con fideos y, luego, me echaré una pequeña siesta. Más tarde volveré a pisar el suelo de la capital charra, deambularé por estas calles tan sugestivas (repletas de grupitos de nipones, viejos y estudiantillos del tres al cuarto...), y quizá a la noche penetre en algún antro para escuchar algo de jazz mientras me ceno a base de bien, antes de volver a dormir junto al río.

Esto, amigos, es "demasiada" vida. No estoy acostumbrado a tanta dicha, casi podría llorar de bienestar... Desde luego, todo ello no puede durar mucho; pero, al menos, tengo la convicción de que, durante el tiempo que me sea dado, seguiré pateándome estas tierras, seguiré vagabundeando por los caminos abiertos por el hombre y bendecidos por Dios.

Cierro ya, que tengo hambre. Hasta la próxima, disfrutad de vuestra suerte y sed todo lo felices que podáis.

Ea!

(Fotografía: El Hermitaño)